La ironía del Sócrates de Kierkegaard
Autor: Ricardo Mazón Fonseca.
Publicado en: el no. 103 de Logos. Revista de Filosofía. Edit. ULSA, México, 2007.
Género: ensayo filosófico.
La tesis de maestría
El Sócrates kierkegaardiano
Bibliografía
Publicado en: el no. 103 de Logos. Revista de Filosofía. Edit. ULSA, México, 2007.
Género: ensayo filosófico.
La tesis de maestría
Sören
Kierkegaard elaboró una tesis sobre el
concepto de ironía en constante referencia
Sócrates para adquirir el grado de Maestro de Artes en la Universidad de
Copenhague el 16 de julio de 1841. De acuerdo con el filósofo español José Luis
Ramírez dicho texto es el más original que se ha elaborado sobre la ironía.[1]
Ese trabajo fue una de las primeras obras del filósofo danés y que al parecer
sus primeras líneas tuvieron origen entre mayo y marzo de 1837.[2]
La culminación de la investigación coincidió cronológicamente con su ruptura
con Regina Olsen, tal vez generada por
la firme creencia en que estaba maldito por la Providencia , debido a
que su padre había injuriado a Dios; creencia reforzada por la coincidente
muerte repentina de varios de sus parientes, como señala Ferrater Mora.[3]
Una ironía del destino.
Ahora bien, la motivación psicológica de este texto más
bien está, según Rodrigo Figueroa, en el “rechazo al sistema, el situarse fuera
de éste y desde allí criticarlo”.[4]
Una motivación más de corte “académico”, quizá sea la que según D.R. Khashaba,
Kierkegaard asumió: continuar socrática de liberar a la gente de la recepción
pasiva de los dogmas y hacer que se contemplaran introspectivamente.[5]
Algunas influencias literarias y académicas, como el Fausto
de Goethe, la poesía de Baggesen y especialmente el contacto con las cátedras
de filosofía de Paul Martin Moller, llevaron a este pensador a fijarse en el
tema de la ironía.[6] Ya motivado a la reflexión sobre la religión,
debido a su tragedia personal, halló en el personaje de Sócrates el punto de
unión entre la ironía y la religión,[7]
pues la ironía de la condena a muerte que tuvo el ateniense, se parecía a la
propia pena capital que él mismo veía reflejada en su vida; además de que
Ferdinand Christian Baur, había elaborado ya un estudio comparativo entre
Sócrates y Cristo[8] y
Hegel había reflexionado sobre el papel que en la Historia de la Filosofía había tenido
semejante pensador griego como fundador de la moral, haciendo uso de la ironía
y la mayéutica.[9]
De esta manera, Kierkegaard escribió semejante disertación, a sabiendas de
que Sócrates era un personaje ajeno a él y sus intérpretes, pero a la vez
cercano; un caso en el cual la exterioridad del autor (Sócrates), rodeada de
silencio, se oponía dialécticamente a su interioridad.[10]
Kierkegaard encontró muchísimas semejanzas entre Sócrates y
Cristo. Y si algo le reclamó a Hegel fue no prestar atención a la misión divina
de Sócrates.[11] Así
que además de fundador de la moral, era un personaje sumamente religioso. Los
paralelos siempre los resaltó en su obra: ambos no escribieron su pensamiento,
sino que fueron retratados principalmente por sus cercanos seguidores y
especialmente cada uno por un gran discípulo (Platón y Juan respectivamente),
ambos fueron vistos como depositarios
inmediatos de lo divino (en una comunicación de vida y espíritu y en la
liberación de poderes inmovilizados del individuo), [12]
tenían grupos rivales (los fariseos y los sofistas) y afectaron la Historia de la humanidad.[13]
Ambos personajes eran irónicos de alguna manera.[14]
Objeto de nuestro estudio solamente será el pagano y mortal personaje.
El Sócrates kierkegaardiano
Respecto al filósofo ateniense, el danés dijo: “la
existencia de Sócrates es ironía”,[15]
ya que éste oscila entre su yo empírico –retratado por Jenofonte- y su yo ideal
(esbozado trágicamente por Platón y cómicamente por Aristófanes); roza la
realidad etéreamente y a la vez no se queda en la pura idealidad. He aquí el
porqué para Kierkegaard es Aristófanes quien mejor retrató al Sócrates real,
aquel que representó históricamente una nueva postura y un nuevo principio (el
de la subjetividad, la interioridad) que este comediógrafo seriamente combatió (a
través de la comedia).[16]
Aristófanes era un autor clásico y un patriota. Sócrates
fue el último clásico -que acabo con el clasicismo- y no era un pensador
ajustado al Estado, no era un buen ciudadano, no deseaba cargos públicos, ni
gozaba de simpatía ante dicha institución, e indirectamente, tampoco ante su
concreción en un ámbito menor: la familia (debido a que él se supeditaba a su
demonio, gozando de una libertad irónica. Para Kierkegaard, Sócrates vivía
tangencialmente al Estado y sus palabras permeaban en los jóvenes atenienses
que el Estado mismo protegía y cuyas vidas eran más universales y menos
moldeadas que la de los adultos.[17]
En otras palabras, era un seductor: “fascinaba a la juventud, despertaba
anhelos en ellos, pero no los saciaba, los dejaba arder en el magnífico
contacto con el goce, pero no les daba alimentos suculentos y nutritivos”.[18]
Así pues, con sus discípulos no tenía una relación personal en sentido
positivo.[19] Otra
ironía.
En el principio de subjetividad estaba contenida la liberación
de la positividad del pensamiento griego anterior, sin embargo, no culminaba en
Sócrates, más bien se iniciaba con él a través de la ironía, pues ésta era incitación
de la subjetividad, e histórica-universalmente se convirtió en un estado de
transición (ataraxia irónica) al nuevo principio, siendo conclusión del período
anterior e inicio del nuevo, siendo mezcla de positividad y negatividad:[20]
[…] Sócrates fue totalmente
negativo en su relación con lo establecido, que permaneció suspendido por
encima de las determinaciones de la vida sustancia con irónica suficiencia; se
ha mostrado también que se relacionó de manera igualmente negativa con la
positividad que los sofistas proponían e intentaban establecer y afianzar
multiplicando sus fundamentos, y que con irónica libertad fue asimismo
consciente de estar más allá de todo eso. Su posición total se remata, por
tanto, en la negatividad infinita, la cual es negativa respeto del desarrollo
precedente y también negativa respecto del subsiguiente, pese a que en otro
sentido es positiva en ambos respectos, es decir, infinitamente ambigua. [21]
El nuevo principio socrático se manifestaba en su demonio,
que no era sino una manifestación de su vida personal que, a través de la duda,
se hacía una vida intelectual (no despersonalizada, sino intermedia entre la
exterioridad del oráculo y la interioridad del espíritu).[22]
De ahí la sentencia oracular asumida por Sócrates: “conócete a ti mismo”. Vaya,
aunque en última instancia su principio partía del interior, lo proyectaba en
el exterior del oráculo, pero en realidad lo hacía creyendo operar bajo el
designio de la divinidad y no por una especulación profunda simbolizada en el
demonio.[23] No
obstante, la vida intelectual de Sócrates era una de una ignorancia filosófica
y de posición negativa:
La ignorancia de Sócrates, por
tanto, no era en modo alguna una ignorancia empírica; por el contrario,
disponía de muchos conocimientos, había leído mucho tanto a poetas como a
filósofos, contaba con una gran experiencia de vida, así que en sentido
empírico no fue ignorante. En materia filosófica, en cambio, era ignorante. Lo
que ignoraba era el fundamento de todas las cosas, lo eterno, lo divino, y esto
significa que sabía que había tal cosa pero no sabía que era, que pese a ser
consciente de ello no era consciente de ello, puesto que lo único que podía
enunciar al respecto era que no sabía nada al respecto. He ahí, en otras
palabras, lo mismo que hemos indicado más arriba: Sócrates tenía la idea como límite.[24]
Más no debemos confundir esta ignorancia con una “nada
pura” en esa dimensión filosófica, sino que es la “nada del contenido
determinado del universo establecido”.[25]
Tal sabiduría negativa e inquisidora, paradójicamente lo tranquilizaba en
función de una eterna intranquilidad amalgamada con una ignorancia religiosa de
la voluntad divina hacia el hombre, la cual se convierte en consuelo justo por
ser ignorancia de ello y sentimiento de absoluta dependencia sin caer en una
súplica cómoda y pasiva para que la divinidad conceda lo mejor al suplicante
por el hecho de ser suplicado; por el contrario, se ignora esto también
(neutralización de la súplica).[26]
Ahora bien, el
Sócrates reflejado por Platón es uno que recurre al diálogo, es decir, conversa
concentrándose en el “objeto” mediante preguntas y respuestas en un marco donde
el saber es ignorancia.[27]
Así, la pregunta se relaciona con el objeto y con el interlocutor a través de
dos métodos: 1) el especulativo; 2) el irónico.[28]
En el primero se espera la plenitud de
la respuesta (que en danés “plenitud” también implica la noción de
cumplimiento);[29] en el segundo, el vacío; en el primero se da
la dialéctica,[30] en
el segundo lo mítico.[31]
Ahora bien, en ambos métodos se da lo abstracto: “Pero así como lo abstracto en
sentido ontológico tiene su vigencia en la especulación, lo abstracto en tanto
que negativo tiene su verdad en lo irónico”.[32]
Así pues, lo abstracto a través de lo irónico indica de
pasada su idea por medio de una imagen, como un reflejo; gracias a la tradición –que es una canción de
cuna que nos lleva a una especie de sueño mítico- eleva al individuo por encima
de su existencia inmediata y lo suspende entre lo atractivo y lo repulsivo sin
desenmascararse, pero a la vez mutando de máscaras, como Proteo.[33]
Sin embargo, es de señalarse que la ironía puede ser de dos tipos: 1) “Hay una
ironía que es un mero stimulus par el
pensamiento, que lo estimula cuando se pone perezoso, que lo corrige cuando se
descarría”;[34] 2)
“hay una ironía que opera por sí misma y que es ella misma el terminus hacia el que tiende”.[35]
Los mitos –al menos los socrático-platónicos- operan de
manera similar; son una amalgama enmascarada de sentidos en el símbolo que
atrae y repulsa. Por eso dijo Kierkegaard que lo mítico es el exilio de la idea, su exteriorización y
su “dialéctica” es el deseo, el apetito.[36]
En este sentido es stimulus. Desde este
punto de vista son irónicos y, al parecer, sugieren cierta superioridad de la
ironía mítica respecto a la especulación, convirtiéndose también en terminus, pues las imágenes míticas conforman una imagen
que invita al espectador a reposar en ella, a gozarla con mayor facilidad que
con el goce que produce la reflexión (movimiento retrógrado hacia lo mítico):[37]
La dialéctica despeja el terreno
de todo lo que sea irrelevante e intenta entonces trepar hasta la idea; cuando
esto, por su parte, fracasa, la imaginación reacciona. Cansada de su trabajo
dialéctico, la imaginación se pone a soñar y de ahí resulta lo mítico. Durante
ese sueño, o bien la idea queda flotando en la prisa de una sucesión infinita,
o bien permanece detenida y se extiende, infinitamente presente en el espacio.
Lo mítico, es, pues, el entusiasmo de la imaginación al servicio de la
especulación, y en cierto sentido, lo que Hegel denomina el panteísmo de la
imaginación.[38]
Entonces, la imaginación nos conduce a la intuición, en la cual el tiempo
y el espacio sólo tienen una realidad imaginaria; consecuentemente hace que lo negativo se manifieste, se vea.[39]
Esa intuición conduce a la contemplación
de lo bello en sí y para sí.[40]
Qué mayor ironía que la que abre a la realidad (la cosa en sí) por medio de su
negación, o sea, por medio de la vía imaginativa.[41]
¿Van la ironía y especulación la mano? Si, porque la
dialéctica, en cuanto suspenso y búsqueda de solución de un problema, acompaña a la ironía en cuanto estímulo en lo
mítico, mientras que en lo figurativo estaría acompañado por la dialéctica como
construcción de la realidad por medio de la idea y de la ironía como término.[42]
Y además:
[…] lo mítico no se encuentra,
sin embargo, en una relación necesaria con los dos primeros, ni tampoco con los
dos segundos, sino que es más bien como una anticipación provocada por la
unilateralidad que de los dos primeros, o como un momento de transición, un confinium que no pertenece propiamente
ni a una parte ni a la otra.[43]
Con dicha afirmación Kierkegaard no se contradice en
relación a sus primeras afirmaciones
sobre los métodos especulativo e irónico, más bien se corrige –o mejor dicho
precisa- y da a entender que lo mítico rebasa el campo del método irónico e
irónicamente también aparece en el método especulativo en el ámbito
platónico-socrático. De ahí que la cuestión de Sócrates, según el pensador danés,
era hacer visible a lo abstracto en
función de lo concreto.[44]
En opinión de Kierkegaard, esto lo ejemplificarían diálogos
como el Banquete, Protágoras, Fedón, la Apología y el libro I
de la República.[45] S in embargo, señaló
que la ironía no se reduce a su nacimiento con Sócrates, lo rebasa, ya
que el romanticismo alemán también la
abordó: Kant y Fichte pusieron su
granito de arena al mostrar el primero una infitinitud positiva del yo y el
segundo una infinitud negativa; Federico Schlegel vio la ironía del mundo hacia
el individuo en su novela Lucinde; Tieck en la poesía y el drama satírico; Solger
en la estética filosófica al considerar que la ironía es la condición de toda
producción artística; y Hegel culmina la
concientización romántica de la ironía al hacerla positiva por medio de la
descripción de todas las posturas anteriores.[46]
Paradójicamente, los románticos se criticaron mutuamente en
sus acepciones de la ironía, aniquilándolas y haciendo que la ironía misma se afirmara en su
negatividad. Esto mostraría que la ironía carece de historia,[47]
pero a la vez está presente en ella. Por eso dijo Kierkegaard: “Si bien la
ironía está lejos de ser reconocida en nuestra época, de ello no se sigue en modo alguno que la ironía haya desaparecido del todo”.[48]
Según nuestro filósofo existencial, su época ya no era
dubitativa, ya que los resultados de la ciencia eran trasladados al ámbito de
la vida personal,[49]
y la ironía entonces sobrevivía de manera distinta: 1) como una figura retórica
del discurso: la de expresar lo contrario a lo que se piensa con la intención
de que el oyente identifique y entienda
ese modo de proceder, no en la literalidad, sino en el sentido figurado que
lleva 2) como un ocultamiento del
sentido de un discurso ante el oyente que busca engañarlo haciendo creer otro
sentido, sea fingiendo estar de acuerdo con el oyente respecto a algo y no estándolo o, sea fingiendo estar en
desacuerdo, en relación de oposición y, en realidad, estar de acuerdo con lo
que uno aparentemente se opone (este
manejo de la ironía de los niveles 1 y 2 fue muy típico de Sócrates, pero no
como mero recurso oratorio o de ocultamiento lúdico de sentido, sino como una
ironía verbal radical –cual dice Figueroa basándose en Andrew Cross- que libera
al hablante irónico de la responsabilidad de lo que el oyente haya concluido);[50];
3) como una estrategia de simulación para hacer que la gente se fije en algo
irrelevante y despistar al mundo
circundante o para hacer que los otros se revelen. [51]
Y algo así sucede con los roles sociales, de manera que la
ironía lejos de ser momentánea, se convierte en una constante, en un a priori
bajo el que se rige la existencia.
Como los roles son tan fuertes, la propia ironía es un
acto de goce subjetivo ante la
liberación que ella provoca frente a nuestras ataduras sociales. Es entonces
una ejecución que pone el debido acento sobre la realidad[52]
y no sólo una contemplación de una disrelación entre la esencia y el fenómeno, que en un ámbito teorético
implicaría seguridad respecto a lo torcido, a lo equivocado de la existencia.[53]
Mejor aún, metafísicamente: “la ironía sensu eminentiori [en el sentido más eminente] no se dirige a esta
o aquella cosa existente en particular, sino que se dirige a toda la realidad
dada en un cierto tiempo y bajo ciertas circunstancias”.[54]
En consecuencia, para Kierkegaard, la realidad no es cosa inmutable, sino
histórica. Y la tragicidad de la historia universal -para él- derivaría de la
colisión de realidades. Sus fuerzas históricas serían el individuo profético
(quien divisa al porvenir de la realidad), el héroe trágico (quien lucha por
aniquilar lo caduco) y el sujeto irónico, el cual es un intermedio entre los
otros dos ya que para él la realidad ha perdido su validez (tragedia) y apunta
al futuro, pero sin poseer la novedad del profeta.[55]
Entonces observamos que Sócrates fue un sujeto irónico por
supuesto, pero no fue el único: Juan el Bautista, Cardanus, Campanella, Bruno,
Erasmo de Rótterdam, son ejemplos de lo mismo.[56]
Más bien, históricamente con el
Ateniense podemos ubicar e identificar el fenómeno de la ironía, con algunos personajes
como los ya citados y más tardíamente con el Romanticismo. En realidad en la Humanidad la ironía se
da como una condición, es tensión entre lo establecido y la individualidad;[57]
de ahí que Rodrigo Figueroa Wietzman, recupere un pasaje de Mi punto de vista, donde el pensador
danés aseveró: “La ironía es absolutamente no social; una ironía que sea de la
mayoría no es ironía. Nada es más
cierto que esto, porque no entraña el mismo concepto. La ironía tiende hacia
una persona como su límite, como quedó tan justamente establecido por el dicho
aristotélico de que el hombre irónico lo hace todo ‘en atención a él mismo’”.[58]
La ya citada tragicidad de la historia -bien se puede
inferir en Kierkegaard- es también la tragicidad de la existencia. Sin embargo,
la ironía tiene un papel en ella. Si es “no dominada”, engaña y destruye
llanamente; pero si es dominada, proporciona verdad, realidad y contenido,
solidez y consistencia.[59]
Su función es dar comienzo absoluto a la vida personal.[60] Entonces, la ironía también es tensión y
conexión entre las esferas estética y ética.[61]
Esto claramente se muestra en la concepción del “romántico” respecto a la ironía dominada, pues ésta se relaciona
estrechamente con las figuras del filósofo y del poeta, ya que uno tiene una
perspectiva del mundo y dominio de su existencia individual (esfera ética) y,
el otro, se aleja de la genialidad al ser liberados el poeta y el poema por medio de la ironía (esfera
estética).[62]
Las mencionadas figuras conceptuales permiten poner en
consonancia la existencia individual con la realidad; permiten la ironía
dominada: “sólo cuando el individuo está correctamente situado, y eso es lo que
pone límite a la ironía, sólo entonces la ironía cobra su legítima
significación, su verdadera vigencia”.[63] Como se nota, el problema aquí es el de la
autenticidad, “[…] podríamos afirmar que la vida genuinamente humana no es
posible sin la ironía”.[64]
Y esa autenticidad, parece que remite a la apuesta por la trascendencia, pero
sin negar la contingencia de la vida:
el contenido de la vida debe
llegar a ser un momento verdadero y significativo dentro de la realidad
superior cuya plenitud desea el alma. Así es como la realidad alcanza su
validez, y no a la manera del purgatorio; pues el alma no debe purificarse
escapándose de la vida, como si dijésemos, totalmente despojada y desnuda, sino
como la historia en la que va cumpliéndose paulatinamente la vida de la
conciencia de modo tal que la felicidad, lejos de consistir en olvidarse de
todo, cobra presencia en ella.[65]
No obstante, Kierkegaard reconoció la dificultad que
implica la apuesta por la trascendencia y recurrió al humor como vía de acceso
a ella, ya que en él (el humor) hay un escepticismo más profundo que en la
ironía, pero que a la vez se relaciona
con ella, pues la risa y la ironía embonan como señaló en Mi punto de vista.[66]
A través del humor se cree en Dios, justo porque es absurdo (negatividad) y se
quiere convertir al hombre en Dios-hombre (positividad).[67]
Consecuentemente, desde la visión kierkegardiana, gracias a
Sócrates el hombre se hace hombre y Dios se asoma en su límite. No es una mera
coincidencia que se mencionen las coincidencias que hay entre Cristo y el
Maestro de Platón.
Sin embargo, D.R. Khashaba, pone unas objeciones póstumas
al Sócrates kierkegaardiano, ya que lo concibe como una distorsión del socratismo. Dice Khashaba
que el pensamiento griego es muy distinto al hebreo y que justamente su
combinación en el cristianismo -que con tanto fervor abrazó Kierkegaard- deriva
en una mala mezcla debido a que el primer tipo de pensamiento es
fundamentalmente racionalista y el otro, fideísta (al parecer, no como
absolutos inseparables, pero si como criterios de fundamentación las creencias);
por ende, el proceder socrático-kierkegaardiano sería incompatible, o al menos,
problemático para el punto de vista socrático. Sócrates criticaba todas las
preconcepciones y nociones no examinadas,
pero Kierkegaard en su emulación socrática frenó dicho examen respecto a la
dogmática cristiana; Sócrates, como lo
denota el Eutifrón, criticaba la
piedad miope que anteponía la supuesta voluntad de los dioses al bien, mientras
que Kierkegaard asumió la suspensión teológica de la ética en Temor y Temblor.[68]
En estricto sentido no sabemos hasta que punto el Sócrates
kierkegaardiano puede empatar con el real, pero tampoco sabemos bien si el
Sócrates platónico refleja el Sócrates “real”.
Podemos observar que en la Apología
el esposo de Jantipa se muestra como un creyente cuando se defiende de las
acusaciones de impiedad y de inventar nuevos dioses. Igualmente hemos de
recordar que no todo el pensamiento griego escapó del misticismo a pesar del
racionalismo, como bien lo ejemplifica el pitagorismo. En ese sentido, Sócrates,
en cuanto creyente, pudo haber tenido
una postura similar a la pitagórica o a la kierkegaardiana.
Más aún, Kierkegaard, como ya vimos, creyó en el
escepticismo que conlleva el humor para acercarse a lo divino, hecho compatible
con el humor irónico del Sócrates que reconoce una ignorancia de lo pío en el Eutifrón y que critica la
antropomorfización de los dioses.
Aceptando que Dios se pueda asomar desde Sócrates y
desde cualquier otro símbolo, cuando lo
hace, el ser humano le da un jalón, lo vuelve un dios solucionador de problemas
que criticó desde luego Kierkegaard. Y es que Dios se manifiesta irónicamente
entre el absurdo y la presencia. Por eso es que M. H. Hartshorne dice:
Kierkegaard pretendía mediante
el uso de la ironía demostrar que cualquier tentativa de explicar el misterio
de la gracia divina, el misterio del amor de Dios por su hijo descarriado,
conduce a una curiosa inversión. Creamos a Dios a nuestra propia imagen y
semejanza, la imagen de un ingenioso maestro en la resolución de problemas, y
no, como nos señala el cristianismo, aceptar la gracia divina a través de la
iluminación de la fe.[69]
Este punto, nos permite conciliar la postura socrática
crítica de la religión -que señala Khashaba- con la postura del Sócrates kierkegardiano. Y si
bien seguiremos sin saber a ciencia cierta que pensó el Sócrates real y hasta
que punto Kierkegaard lo logra retratar, al menos tendremos mucho Sócrates para
pensar y hallarnos a nosotros mismos. Irónicamente y sin poder comprobarlo,
tendremos que darle a Kierkegaard la razón respecto al ateniense.
Bibliografía
Figueroa Weitzman, Rodrigo, Kierkegaard y la ironía, en: http://www.uchile.cl/facultades/filosofia/publicaciones/revfiloso/60/pdf/weitzman.pdf
consultado el 30 de octubre del 2005.
Khashaba, D.R.
Kierkegaard and Sócrates en http://www.philosophos.com/philosophy_article_117.html, consultado el 30 de octubre del 2005.
Kierkegaard, Soren, "Sobre el concepto de
ironía en constante referencia a Sócrates", en Escritos I,
traducción de Darío González y Begonya Sáez Taja fuerce, Trotta, Madrid, 2000.
Ramírez, José Luis, La existencia de la ironía como
ironía de la existencia, Scripta vetera, Universidad de Veran, San Roque, Cádiz
en http://www.ub.es/geocrit/sv-63.htm,
consultado el 30 de octubre del 2005.
[1] José Luis Ramírez, La existencia de la ironía como ironía de la
existencia, Scripta vetera, Universidad de Veran, San Roque, Cádiz, p. 2 en http://www.ub.es/geocrit/sv-63.htm,
consultado el 30 de octubre del 2005.
[2] Rodrigo Figueroa Weitzman, Kierkegaard y la ironía, en: http://www.uchile.cl/facultades/filosofia/publicaciones/revfiloso/60/pdf/weitzman.pdf,
consultado el 30 de octubre del 2005.
[3] José Ferrater Mora. Diccionario
de Filosofía, t. III, Ariel, Barcelona, 2001, p. 2012. Reconocemos que Kierkegaard pudo no
haberse comprometido con Regina Olsen por otros motivos, pero que estos motivos
mismos encerraban una melancolía y quizá hasta la misma ironía sobre la cual
estaba meditando.
[4] Rodrigo Figueroa Wietzman, op.
Cit., p. 93.
[5] D. R. Khashaba, Kierkegaard and Socrates en http://www.philosophos.com/philosophy_article_117.html, consultado el 30 de octubre del 2005.
[6] S. Kierkegaard, "Sobre el concepto de ironía en constante
referencia a Sócrates", en Escritos,I, traducción de Darío
González y Begonya Sáez Taja fuerce, Trotta, Madrid, 2000, p. 68.
[7] Una confirmación de esta unión, vaya de esa intención personal de
explicarse su tragedia y racionalizarla, la vemos en la página 284 de su tesis
–de acuerdo a la edición de Trotta- que dice: “dado que la ironía, finalmente,
proclamaría el mismo principio que el temperamento piadoso al tomar conciencia
de que la existencia no tiene realidad alguna, podría parecer que la ironía
fuera una suerte de recogimiento. También en el recogimiento pierde su validez,
si cabe decirlo así, la realidad inferior, es decir las relaciones con el
mundo; pero esto sucede sólo en la medida en que las relaciones con Dios
imponen en el mismo instante su absoluta realidad […]El alma que se recoge,
además, no hace excepción alguna con su propia persona al decir que todo es
vanida, no hace ninguna salvedad consigo misma, sino que también ella debe
hacerse a un lado para que la divinidad no choque con su opuesto y pueda emanar
hacia el alma que, al recogerse, se abre”.
[8] Ibid, p. 69.
[9] De hecho en su tesis Kierkegaard no polemizó directamente con el
pensador idealista en su interpretación de Sócrates, sino que lo siguió para
resaltar su planteamiento existencialista
Esto se puede notar en el apéndice de su tesis: La concepción hegeliana
de Sócrates. Lo que quiso hacer fue
conciliar la concepción hegeliana de que Sócrates era el fundador de la moral
-en tanto que hacía que uno pensara por su propia conciencia- y la idea de que
era fundador también de la ironía. Entonces más bien su polémica con Hegel fue
respecto a la falta de seriedad de la
ironía y respecto a la actitud del filósofo ante la vida, pero también usó al
mismo Hegel para argumentar por su seriedad en el ámbito moral al mencionar que
alguien sólo puede tomar en serio la moral desde la indeterminación (p. 253-267).
[10] Ibid., p. 83.
[11] Ibid., p. 267.
[12] Kierkegaard señala que Cristo fue retratado objetivamente por Juan,
mientras que Sócrates fue creado poéticamente por su alumno. (p.
87).
[13] Respecto a la
Historia de la humanidad dice que Sócrates en ella es un
guión que justo por su silencio se deja escuchar (p. 235).
[14] Kierkegaard estaba consciente de que el retrato que hizo Jenofonte de
Sócrates es distante al de la ironía. Al parecer, para el filósofo danés, el
apego tan próximo a lo externo de Sócrates impidió al historiador antiguo
llegar a su “internidad”. No obstante, el propio Kierkegaard observa que el
Sócrates sofista que pinta Jenofonte conduce a la ironía (p. 87-96).
También es justo señalar que Kierkegaard admite que en realidad Sócrates
no es un sofista. La sofística representaba
el saber independizado de la eticidad
durante el nacimiento de la reflexión. Este saber llevaba el secreto de
la casuística, que en su positividad de explicar al hombre como medida de las
cosas, halló su contraparte con la negatividad de Sócrates. Entonces: “si los
sofistas tenían respuesta para todo, él tenía las preguntas; si los sofistas
sabía de todo, él no sabía nada en absoluto; si los sofistas podían hablar, él
podía callar, i.e., conversar. Si el
séquito de los sofistas era exagerado y pomposo, Sócrates se mostraba calmo y
sereno; si los sofistas se comportaban con lujuria y desenfreno, él lo hacía
con sencillez y moderación; si el propósito de los sofistas era tnener
injerencia en el Estado, Sócrates evitaba inflexiblemente meterse en los
ausontos del Estado; si las lecciones de los sofistas eran impagables, las de
Sócrates lo era también, pero en sentido inverso; si los sofistas buscaban
sentarse a la cabecera de la mesa, Sócrates aceptaba sentarse a un lado; si los
fositas buscaba valer algo, Sócrates prefería no ser nada en absoluto” (p.
244-245).
[15] Ibid., p. 177.
[16] Ibid., p. 180.
[17] Ibid., p. 222.
[18] Ibid. p. 226.
[19] Ibid., p. 227.
[20] Ibid., p. 244-246 y 248.
[21] Ibid., p. 250-251.
[22] Ibid., p.207 – 209.
[23] Ibid., p. 214 y 216.
[24] Ibid., p. 211.
[25] Ibid., p. 215.
[26] Ibid., p. 216 -217. Esto me
da la impresión que, además de la carga filosófica que tiene a nivel
epistemológico de un hambre de fundamentación y falsación del fundamento,
también denota la racionalización de la angustia que Kierkegaard vivía debido a
la creencia de estar maldito por Dios.
[27] Para Rodrigo Figueroa Weitzman, la ironía es connatural al diálogo
socrático. Reflejan, según él, a un hombre humilde y extremadamente libre en
quien comportamiento, pensamiento y decir se identifican (Rodrigo Figueroa Weitzman, Op. Cit., p. 100).
[28] Ibid., p. 103.
[29] Ibid. p 103, n. 64.
[30] La dialéctica según Kierkegaard puede ser de dos tipos: “Hay una que,
en constante movimiento, no cesa de velar por impedir que la interrogación se
deje engatusar por una percepción fortuita, que siempre e incansablemente se
apresta a sacar el problema a flote cuando afonda, que, en suma, siempre se las
arregla para mantener el problema en suspenso, y que por eso y en función de
eso mismo busca resolverlo. Hay una dialéctica que, partiendo de la idea
abstracta, quiere hacer que ésta se despliegue en determinaciones más
concretas, una dialéctica que quiere construir la realidad con la idea” (p. 172).
Por lo tanto la dialéctica que corresponde el método especulativo es
ésta última: la que quiere construir la realidad con la idea.
[31] Ibid., p. 107.
[32] Ibid., p. 111.
[33] Ibid., p. 113 y 157. Cabe
mencionar que aunque Kierkegaard acepta la tradicionalidad del mito, su
carácter popular, cuando se considera que el mito es histórico, despierta la
reflexión y ésta mata al mito. En otras palabras, el mito antes que ser
considerado bajo una categoría explicativa de su naturaleza o de su contenido,
se vive en la oscuridad de la imaginación, donde el individuo pierde su
libertad, es decir, cae en un estado donde carece de realidad (en el sentido
racionalista antes citado marca una oposición con cierto irracionalismo) (p.
158).
[34] Ibid., p. 172.
[35] Ibidem.
[36] Ibid., p. 156 y 157.
[37] Ibid., p. 158.
[38] Ibidem.
[39] Ibid., p. 160.
[40] Ibid., p. 161.
[41] Ibidem.
[42] Ibidem.
[43] Ibidem.
[44] Ibid., p. 292.
[45] En el Banquete por la irónica relación amorosa
de corte intelectual entre Sócrates y Alcibíades que jamás derivó en una
pasional o con un papel central a pesar de la importancia del amor; en el Protágoras por las irónicas defensa y
ataque de la tesis sobre la virtud, en la cuales, los papeles de los contendientes
se terminaron invirtiendo; en el Fedón y la Apología
muestra la antítesis que hay entre las bondades y desventajas de la muerte,
muestra la negatividad de la muerte, frente a la positividad de la inmortalidad
del alma; en el libro I de la
República aparecerían las soluciones aporéticas como una
muestra de la ironía.
[46] Ibid., p. 272.
[47] Ibid., p. 272-273.
[48] Ibid., p. 275.
[49] Ibid., p. 356.
[50] Rodrigo Figueroa Weitzman, Op.
Cit., p. 98 y ss. Esto nos
manifiesta que las palabras de la comunicación directa, nos atan a lo que
decimos y nos comprometen ante los escuchas respecto a lo que queremos decir,
mientras que las de la comunicación irónica –que es indirecta-, el sujeto queda
absuelto de ello, es decir, provoca la comunicación sin la intención de hacerlo
(directamente) justo porque ella permite un quiebre con lo establecido, con la
inmediatez. Así pues el hablante irónico radical tiene 3 maneras de ser libre:
“Primero: dado que su lenguaje es ambiguo, está liberado de la responsabilidad
que tiene alguien que dice algo con un significado simple y directo. NI
siquiera se le puede acusar de mentir o ser culpable de error. Segundo: su
orientación hacia la práctica de la conversación misma está exenta de
compromiso, ya que para él todo se reduce a una especie de juego actuación; no
está comprometido en absoluto en la conversación sino solo fingiendo conversar,
al igual que un actor que recita su papel en el escenario. Tercero: tampoco se
le atribuye la responsabilidad de que el discernimiento del oyente le permita
comprender la intención con la que habla. El irónico es libre respecto del
oyente si su intención es sólo producir acertijos sin solución, no importándole
la interpretación que le otorgue el oyente”. (Rodrigo Figueroa Weitzman, Op, Cit, p. 102-103).
[51] Soren Kierkegaard, Op. Cit. p. 275-279. Kierkegaard señala una
diferencia entre la ironía y la hipocresía, pues aunque ambas funcionan con la
misma mecánica. La hipocresía tiene un claro sentido moral de hacer parecer
como bueno al malo. También la distingue de la burla, la sátira y el ridículo,
pues no pretende aniquilar o reconciliar a lo vano, sino lo confirma, lo
resalta y finalmente establece una diferencia entre la duda y la ironía, la
primera es una determinación conceptual, es decir, estado incertidumbre de la
mente respecto a un objeto de conocimiento, pero la ironía es en ser-para-sí de la subjetividad; más que
ese estado, se vuelve una forma de vida. Lo interesante de esta última postura
sería saber que si ella es un ser para sí práctico, una forma de vida,
¿entonces nunca cabe la posibilidad de no vivir irónicamente? La vida es
irónica en un sentido metafísico, pero también existencialmente es una
elección. Kierkegaard aquí lo denota, pero no aclara cómo es que hay gente que
no elige la ironía a pesar de vivir metafísicamente en ella” (cfr.
p. 283-284).
[52] Soren Kierkegaad, Op. Cit. , p. 341.
[53] Ibid., p.. 282-283.
[54] Ibid., p. 281.
[55] Ibid. p. 286-287.
[56] Ibid. p. 287 y 288.
[57] Esto remontaría la antigüedad de la ironía más allá de Sócrates. Haría
que la ironía fuera tan antigua como la Humanidad y Sócrates sería acaso el inicio de su
conciencia histórica.
[58] Rodrigo Figueroa Weitzman, Op.
Cit., p. 95. apud. Soren Kierkegaard, Mi
punto de vista, Edit. Aguilar, Buenos Aires, 1980, p. 76-77.
[59] . Soren Kierkegaard, Op. Cit., p. 339.
[60] Ibidem.
[61] Rodrigo Figueroa Wietzman, Op. Cit., p. 97, apud., José Luis Ramírez, La existencia de la ironía como ironía de la
existencia, Scripta Vetera, Univerisdidad de Verano, Cadiz, 1992, p. 15.
[62]Soren Kierkegaard, Op. Cit., p. 338.
[63] Ibidem.
[64] Ibidem.
[65] Ibid., p. 341.
[66] Rodrigo Figueroa Weitzman, Op.
Cit., p. 97., apud..Soren
Kierkegaard, Mi punto de vista, Edit.
Aguilar, Buenos Aires, 1980, p. 138.
[67] Soren Kierkegaard, Op. Cit., p. 341-342.
[68] D.R. Khashaba, http://www.philosophos.com/philosophy_article_117.html,
consultado el 30 de octubre del 2005.
[69] Rodrigo Figueroa Weitzman, Op.
Cit., p. 98., apud. M.H. Hartshorne, Kierkegaard,
el divino burlador, Ediciones Cátedra, Madrid, 1992, p. 81.
Comentarios
Publicar un comentario